Día 19- La Eucaristía, memorial del sacrificio pascual de Cristo


ORACION INICIAL
¡Venid, oh Jesús! Hoy debéis habitar conmigo. Ignoro lo que me traerá el día de hoy: penas o alegrías, dichas pesares. Ahora ya os doy gracias por do lo que vuestra mano paternal se digne enviarme. ¡Bendito seáis! Pero no olvidéis, oh buen Jesús, que yo temo los sufrimientos y no me atrevo a llevar mi cruz sino sostenido por Vos. No quiero llorar, sino reclinado sobre vuestro divino pecho. Venid, Jesús, mi buen Jesús.

SANTO EUCARISTICO

San Isidoro de Sevilla (560-636)



“Dicen algunos que, si no lo impide algún pecado, ha de recibirse la Eucaristía diariamente, pues por mandato del Señor pedimos que se nos dé este pan cada día, cuando decimos: ‘El pan nuestro de cada día, dánosle hoy’ (Mt. 6, 11).

Lo cual, en verdad, justamente afirman si lo reciben con reverencia, devoción y humildad, y no lo hacen confiando en su santidad con presunción de soberbia. Por lo demás, si hay tales pecados que a uno, como muerto, le aparten del altar, hay que hacer antes penitencia y sólo así se ha de recibir entonces este saludable medicamento. Pues quien comiere indignamente, se come y bebe su condenación (1Co 11, 29).

Y esto es recibir indignamente si alguien recibe en aquel tiempo en que debe hacer penitencia.
Por lo demás, si no hay tan grandes pecados que uno sea juzgado merecedor de ser apartado de la comunión, no se debe alejar de la medicina del cuerpo del Señor, no sea que si se le prohíbe y ha de abstenerse largo tiempo, se separe del cuerpo de Cristo…Quien cesó de ya de pecar, no deje de comulgar.” (Oficios eclesiásticos Libro I, cap. 18, 7-8)

MEDITACION EUCARISTICA
La Eucaristía, memorial del sacrificio pascual de Cristo
Autor: Arquidiócesis de Guadalajara


OBJETIVO
Reconocer la Eucaristía como memorial y sacrificio ofrecido por todos, para vivirla con una actitud de fe, esperanza y caridad.

NOTAS PEDAGOGICAS
Con este tema se trata de dar un impulso al cristiano en su respuesta generosa y decidida a vivir la Eucaristía como memorial y sacrificio en la entrega de la vida diaria.

Muchos cristianos, aunque frecuentan el Sacramento de la Eucaristía, desconocen aspectos esenciales del mismo.

Se sugiere que el catequista que va a desarrollar este tema lo haga creativamente, de manera que los participantes queden motivados a comprometerse con los demás dando un testimonio de vida a ejemplo Jesús y de los mártires.

Llevar imágenes de los mártires para ambientar el lugar de la reunión; y la biografía de uno de ellos. Por ejemplo, se puede llevar un poster o fotografía del Padre Cristóbal Magallanes.

La celebración de la Eucaristía ha sido deseada por el mismo Jesús y entregada a la Iglesia. La víspera de la Pasión, mientras estaba a la mesa con sus discípulos, quiso que participaran vitalmente de su Pascua: instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección, y mandó que la celebraran hasta su vuelta gloriosa (ver SC 47; CIC 1337; OGMR 48). Por lo tanto, celebramos la Eucaristía para obedecer la voluntad de Cristo: renovar su sacrificio y hacer actual su entrega para salvarnos.

Memoria Litúrgica del Sacrificio de Cristo
Toda la grandeza de la Eucaristía se encuentra por medio de las palabras y los gestos del sacerdote que preside la asamblea litúrgica, en nombre de Cristo (in persona Christi, según la conocida expresión de Santo Tomás de Aquino), se hace presente y operante la Pascua del Señor Jesús. El es el “verdadero y único Sacerdote, el cual, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo al Padre como víctima de salvación y nos mando perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya” (Prefacio I de la Eucaristía).

El sacrificio de la Cruz no se repite, como no se repiten los acontecimientos históricos de Jesús, pero estos misterios de la vida del Señor se actualizan en la acción sacramental: “Por eso, Señor, nosotros tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, Nuestro Señor; de su Santa Resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación” (Plegaria Eucarística I).

La memoria litúrgica abarca todo el misterio histórico de Cristo Salvador, Hijo de Dios “que nació de mujer” (Gál 4, 4). “Si el Cuerpo que comemos y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor resucitado para nosotros, peregrinos, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y el perfume de la Virgen María” (Juan Pablo II, Alocución al Angelus, 5 de junio de 1983).

En verdad, desde el primer instante de su vida en el seno materno, Jesús se ofreció para la gloria de Dios y por la vida y redención del mundo (ver Heb 10, 5-10); la cima de la oblación es la hora de la cruz; el fruto es la Resurrección; el don salvífico es la participación del hombre en la vida divina.

El memorial eucarístico, haciendo presente el pasado, anticipa la garantía de la gloria futura. Así lo proclamamos en cada Misa cuando después de la consagración decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!”.

Memoria Eclesial del Sacrificio de Cristo
Las palabras de Jesús “Haced esto en memoria mía”, debemos cumplirlas en comunidad. La Eucaristía no es un hecho privado y su naturaleza eclesial no permite que se piense y se viva como un acto individual, aun cuando implique a una sola persona; al contrario, siempre es la acción de la Iglesia, para la edificación de la Iglesia.

La “Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”, la comunidad cristiana desde siempre celebra el memorial de la Pascua de Cristo como fuente y cúlmen de la propia identidad y misión. Por lo tanto, reunirse todos los domingos, en el nombre del Señor, para alimentarse de la mesa de la Palabra y Pan de vida, es obedecer a la voluntad que Cristo manifestó la Víspera de su Pasión (ver DD 31-54). No podemos llamarnos cristianos y no cumplir el mandato de Jesús “Haced esto en memoria mía”.

Al celebrar la muerte y resurrección del Señor, la Iglesia encuentra siempre su propia vitalidad, redescubriendo la vocación de pueblo de la nueva y eterna alianza, peregrino por los caminos y entre las pruebas del mundo, hacia la comunión de Dios en la Jerusalén del cielo.

Memoria hecha vida siguiendo el ejemplo de Jesús
Haciendo memoria de la Pascua de Cristo, la Iglesia está llamada por el Espíritu a unirse a la víctima inmaculada que presenta al Padre. El sacrificio de Cristo se convierte, también de esta manera, en el sacrificio del que participa en él (ver CIC 1368).

Efectivamente, sabemos que el mandato: “Haced esto en memoria mía”, está estrechamente unido al mandamiento nuevo, que también dio Jesús a sus discípulos mientras estaba a la mesa con ellos: “Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo” (Jn 13, 14-15).

De verdad, no se puede hacer memoria de Jesús en la acción litúrgica sin recordar su gesto de amor total en la vida diaria. Esto es lo que hace a los discípulos verdaderamente obedientes a su Maestro y Señor. De hecho, los discípulos de Cristo nunca deben seguir un camino diferente al del Señor muerto y resucitado. Prueba evidente de ello es el martirio que acompaña a la historia de la Iglesia hasta nuestros días. Las reliquias de los mártires, colocada desde los tiempos antiguos bajo el altar donde se celebra el memorial de “esta víctima de reconciliación”, son una llamada constante a la memoria viva del mandato de Jesús. Sólo la fuerza de la Eucaristía ha permitido y sigue permitiendo también hoy a innumerables hombres y mujeres testimoniar con la novedad extraordinaria del sacrificio del Señor, su Pascua gloriosa.

Entregado por nosotros y por todos.
El amor verdadero lleva consigo el don incondicional de sí mismo. Fuera de esta visión, se convierte en amor posesivo, corre el riesgo de ser chantaje, se confunde con ilusión. Al contrario, el amor genuino es entrega plena a los demás, olvidándose de sí mismo. Así es el sacrificio de Cristo, consumado con libertad y en la gratuidad: “El buen pastor da su vida por las ovejas. El Padre me ama porque yo doy mi vida... Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego” (Jn 10, 11. 17-18). 

Además, no hemos de olvidar que, en Jesús, el entregar la vida tiene una profundidad aún mayor: “Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom 5, 8). Que de hecho, Jesús no sólo ofreció su propia sangre por los que corresponden a su amor.

De esta manera, la caridad divina revela su propia perfección: dar gratuitamente, beneficiando a los justos y los injustos. El amor hacia el miserable -que no puede intercambiar el don- es la misericordia; el amor hacia el enemigo -del que no se puede esperar nada bueno- es el perdón. De este amor gratuito, que nos manifestó Cristo, brota la redención, esto es, la remisión de los pecados y la reconciliación de los pecadores: “Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estabamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura gracia ustedes han sido salvados!” (Ef 2, 4-5).

- ¿Qué consecuencias trae la celebración y participación en la Eucaristía como memoria y sacrificio?
- ¿Cuánto te falta para identificarte con Cristo, a la manera de los mártires?
- ¿Qué significa la Eucaristía como: memoria hecha vida?



ORACION FINAL



Gracias Señor, porque en la última cena partiste tu pan y vino en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed...

Gracias Señor, porque en el pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.

Gracias Señor, porque nos amastes hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.

Gracias Señor, porque quisistes celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.

Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra...

Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía...

Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti...

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