Día 20-La Eucaristía: centro, culmen, fuente de vida.


ORACION INICIAL
¡Venid, oh Jesús! Hoy debéis habitar conmigo. Ignoro lo que me traerá el día de hoy: penas o alegrías, dichas pesares. Ahora ya os doy gracias por do lo que vuestra mano paternal se digne enviarme.

 ¡Bendito seáis! Pero no olvidéis, oh buen Jesús, que yo temo los sufrimientos y no me atrevo a llevar mi cruz sino sostenido por Vos. No quiero llorar, sino reclinado sobre vuestro divino pecho. 

Venid, Jesús, mi buen Jesús.

SANTO EUCARISTICO

Santa Teresa de Jesús.


Ella, cuando no era costumbre, «cada día comulgaba, para lo cual la veía [esta testigo] prepararse con singular cuidado, y después de haber comulgado estar largos ratos muy recogida en oración, y muchas veces suspendida y elevada en Dios» (Ana de los Angeles: Bibl. Míst. Carm. 9,563).

Las más altas gracias de su vida, y concretamente el matrimonio espiritual, fueron recibidas por Santa Teresa en la eucaristía.
Ella misma afirma que fue en una comunión cuando llegó a ser con Cristo, en el matrimonio, «una sola carne»: «Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del Señor» (Cuenta conciencia 39; +VII Moradas 2,1).

Y Teresa encuentra a Jesús en la comunión resucitado, glorioso, lleno de inmensa majestad: «No hombre muerto, sino Cristo vivo, y da a entender que es hombre y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tran grande majestad que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan Señor de aquella posada que parece, toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo» (Vida 28,8).



MEDITACION EUCARISTICA

La Eucaristía: centro, culmen, fuente de vida



   Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn 6, 48-51).

A los pies del sagrario quiero saborear palabra por palabra y afecto por afecto los cuatro pensamientos encerrados en estos versículos.

Cuando me dices Yo soy, te miro, Señor, desde la ventana de la fe que me has dado, y confieso que te reconozco como Hijo de Dios que has venido hasta mí. Tú eres el Amor, la Vida, la Amistad, la Salvación.

Cuando me dices que eres Pan vivo bajado del cielo, pienso en que te ofreces a mí como manjar en mesa de banquete, amistad, conversación, abrazo. ¡Tan humilde te haces que llegas a mi tienda pobre para invitarme!

Cuando me dices que Comer de tu pan es tener vida para siempre, me haces olvidar mis apetencias de placeres y manjares terrenos. Tú ofreces otros tan elevados y nobles que mantienen la vida para siempre en tu felicidad. ¡Dame, Señor, hambre de tu pan de vida, hambre de vivir en ti!

Y cuando me dices que Tu pan es tu carne, vida del mundo, me sumerges en el misterio de tu amor y de tu poder. ¡Tú mismo estás en la mesa a que me invitas, bajo las especies de pan y vino, y es tomando ese pan y vino como el mundo se transforma en ti!

“En verdad os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 52-56)

Ahora, Señor, parece que me fuerzas a tener hambre y comer, a tener sed y beber. Mas no a comer y beber de la cosecha de nuestros campos y de nuestras viñas, sino a comer y beber de ti mismo : de tu cuerpo y sangre.

Y tan fuerte es tu palabra como que me amenaza solemnemente: sin participar de mi banquete, en mi carne y en mi sangre, vuestra vida fluye sin sentido, por ríos que nacen en manantiales turbios, y yo no la reconozco.

¡Tánta es la fecundidad que concedes a la vida eucarística, a la comunión espiritual-sacramental contigo, al compromiso sellado en la intimidad de un banquete de bodas!

Te doy gracias, Señor. Vivir en ti y contigo, alimentándome en la corriente viva de los sacramentos, y en el amor que se derrama en caridad, es ponerme en camino a la vida eterna.

“Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis...”(Mt 25,34 ss).

Esta palabra tuya, Señor, la entiendo mejor, sin velos de misterio, aunque también ella se alimente y nutra en la mesa de tu amor.

Entiendo, Señor, que comer tu cuerpo y beber tu sangre es vivir en ti, y que viviendo en ti hay que prodigarse en las obras de amor que quedaron selladas en la mesa del banquete eucarístico.

No hay traje de boda sin caridad, no hay invitación al banquete si no media el amor y la solidaridad, no hay nacimiento a la eternidad venturosa si no se lleva en la frente el sello de predestinados en el amor universal, generoso, oblativo.

¡Gracias, Señor, por tu palabra, por tu verdad, por tu Eucaristía!

Fr. Cándido Ániz Iriarte O.P. - Antonio Moreno

ORACION FINAL

Gracias Señor, porque en la última cena partiste tu pan y vino en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed...

Gracias Señor, porque en el pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.

Gracias Señor, porque nos amastes hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.

Gracias Señor, porque quisistes celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.

Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra...

Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía...

Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti...

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