ORACION INICIAL
Señor mío Jesucristo, que por el amor que tenéis a los hombres, permanecéis de día y noche en este Sacramento, lleno de misericordia y ternura, esperando, llamando y acogiendo a todos los que vienen a visitaros, yo creo que estáis aquí presente.
Os adoro desde el abismo de mi nada, os doy gracias por todos los favores, y especialmente por haberos Vos mismo dado a mí en este Sacramento; por haberme concedido a María vuestra propia Madre, como intercesora; y por haberme llamado a visitaros en esta iglesia.
SANTO EUCARISTICO
Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino
"La Eucaristía es el Sacramento de Amor: significa Amor, produce Amor".
"La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz".
Una sola gota de la Sangre de Jesús con su valor infinito, podría salvar al Universo completo de todas las ofensas.
Si Adán pudo llamar a Eva al ser ella sacada de su costilla: "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gen. 2, 23), ¿no puede la Virgen María aun con mayor derecho llamar a Jesús "Carne de mi carne y Sangre de mi sangre"?
Tomado de la "Virgen intacta", la Carne de Jesús es la carne maternal de María; la Sangre de Jesús es la sangre maternal de María. Así pues, no será nunca posible el separar a Jesús de María.
La Eucaristía
Autor: P Antonio Rivero LC
Capítulo 2: La Eucaristía y la liturgia
“Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es lugar sagrado” .
Entremos con los pies descalzos y el alma extasiada al corazón de la liturgia: la Eucaristía. ¡Oh, admirable sacramento!
Nos dice Juan Pablo II: “Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo
. Sólo en la intimidad con Él cada existencia cobra sentido, y puede llegar a experimentar la alegría que hizo exclamar a Pedro en el monte de la Transfiguración: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!” (Lc 9, 33).
Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta más profunda y eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre” (Carta apostólica en el XL aniversario de la constitución sobre la sagrada Liturgia, n. 11 y 12).
Entremos, pues, y acerquémonos a esta zarza ardiente.
En el himno de Laudes de la Liturgia de las Horas de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi, la Iglesia canta esta estupenda síntesis del Misterio Eucarístico: “Se nascens dedit socium, convescens in edulium, se moriens in pretium, se regnans dat in praemium”, que se traduce así: “Se dio, al nacer, como compañero; comiendo, se entregó como alimento; muriendo, se empeñó como rescate; reinando, como premio se nos brinda”.
¿Por qué Cristo se quedó en la Eucaristía?
“Te amo, Señor, por tu Eucaristía,
por el gran don de Ti mismo.
Cuando no tenías nada más que ofrecer
nos dejaste tu Cuerpo para amarnos hasta el fin,
con una prueba de amor abrumadora,
que hace temblar nuestro corazón
de amor, de gratitud y de respeto” .
Llevamos veinte siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que Jesús encomendó a sus apóstoles en la noche de la Cena: “Haced esto en conmemoración mía”.
Es de tal profundidad y belleza la Eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este misterio eucarístico se le ha llamado con varios nombres:
Antes de empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la eucaristía, por qué quiso Jesús instituir este sacramento admirable, por qué quiso quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le movió a hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos. ¡Oh, asombroso misterio de fe!
¿Por qué quiso Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera bastado para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su sangre y nos consiguió todas las gracias necesarias para salvarnos?
La respuesta a esta pregunta sólo Jesús la sabe. Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas intuiciones y atisbos.
Se quedó por amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de amor. No quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañero de camino. Nos vio con hambre espiritual, y Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que colma y calma, también abre el hambre de Dios, porque estimula el apetito para una vida nueva: la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso animarnos, como a Elías: “Levántate y come, porque todavía te queda mucho por caminar” (1 Re 19, 7). Pero ya no es pan sino el Cuerpo de Cristo.
Ante este regalo espléndido del Corazón de Jesús a la humanidad, sólo caben estas actitudes:
La Eucaristía prolonga la Encarnación. Es más, la Eucaristía es la venida continua de Cristo sobre los altares del mundo. Y la Iglesia viene a ser como la cuna en la que María coloca a Jesús todos los días en cada misa y lo entrega a la adoración y contemplación de todos, envuelto ese Jesús en los pañales visibles del pan y del vino, pero que, después de la consagración, se convierten milagrosamente y por la fuerza del Espíritu Santo en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así la Eucaristía llega a ser nuestro alimento de inmortalidad y nuestra fuerza y vigor espiritual.
Hace dos mil años lo entregó a la adoración de los pastores y de los reyes de Oriente. Hoy María lo entrega a la Iglesia en cada Eucaristía, en cada misa bajo unos pañales sumamente sencillos y humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser más asequible, más sencillo?
¿Cuál es el valor y la importancia de la Eucaristía?
La Eucaristía es la más sorprendente invención de Dios. Es una invención en la que se manifiesta la genialidad de una Sabiduría que es simultáneamente locura de Amor.
Admiramos la genialidad de muchos inventos humanos, en los que se reflejan cualidades excepcionales de inteligencia y habilidad: fax, correo electrónico, agenda electrónica, pararrayos, radio, televisión, video, etc.
Pues mucho más genial es la Eucaristía: que todo un Dios esté ahí realmente presente, bajo las especies de pan y vino; pero ya no es pan ni es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿No es esto sorprendente y admirable? Pero es posible, porque Dios es omnipotente. Y es genial, porque Dios es Amor.
La Eucaristía no es simplemente uno de los siete sacramentos. Y aunque no hace sombra ni al bautismo, ni a la confirmación, ni a la confesión, sin embargo, posee una excelencia única, pues no sólo se nos da la gracia sino al Autor de la gracia: Jesucristo. Recibimos a Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y genial esta verdad?
¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”? ¡Qué mayor realismo! ¿Cómo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el que alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo Cuerpo y Sangre? ¿Cómo no sorprendernos al ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de vino...¡Dios mío!
Nos sorprende su amor extremo, un amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez en el significado que Cristo quiso dar a la Eucaristía, ayudados del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia. Nos sorprende que a pesar de la indiferencia y la frialdad, Él sigue ahí fiel y firme, derramando su amor a todos y a todas horas.
¡Cuánto necesitamos de la Eucaristía!
ORACION FINAL
Te doy gracias Señor
Padre Santo,
Dios Todopoderoso y eterno
porque aunque soy un siervo pecador
y sin mérito alguno,
has querido alimentarme
misericordiosamente
con el cuerpo y la sangre
de tu hijo Nuestro Señor
Jesucristo.